miércoles, 21 de mayo de 2014

Milagro en la Toma de Zacatecas de 1914


MILAGRO en la Toma de Zacatecas de 1914
Palacio de Gobierno y Banco de Zacatecas. Col, José M. Enciso. 1900 c a

Pasaban ya de las cinco de la tarde cuando la lluvia de proyectiles arreciaba sobre la ciudad de Zacatecas. Cerca de veinte mil invasores inundarían sus calles de un momento a otro ese trágico martes 23 de junio de 1914.

     Las primeras huestes se hicieron presentes en las calles del Barrio Nuevo, por el rumbo de la estación de ferrocarriles, otras, entraban por las Peñitas o la Pinta, las últimas lo harían por la calle de Juan Alonso. La carta de presentación ante la población: el fusil en mano acompañado de un enardecido ¡viva Villa!, ¡mueran pelones desgraciados! A través de las puertas cerradas a “piedra y lodo”, se escuchaban los cascos de los caballos a galope, gritos de soldados, mujeres y por su puesto, las bocas de fuego artilladas que aún seguían vomitando granadas por los rumbos sur y sureste.

Antigua plazuela de San Juan de Dios; en el costado izquierdo
el Hospital de San José, antiguo Hospital Civil
     Justo en la plazuela de San Juan de Dios se encontraba el Hospital Civil y a su entrada, una manta con letras negras imploraba “piedad para los heridos”. Al ingresar a este centro de atención humanitaria, las fuerzas del General Pánfilo Natera amarraron en sus camillas a varios de los heridos y “les pasaron cuchillo”[1], mientras que otros, hacían arrogancia de su puntería con aquellos que corrían por el patio tratando de salvar la vida. 

     Soldados de la División del Norte entablaban un acalorado diálogo de plomo con sus rivales de la guarnición federal, apostados en balcones y azoteas de varios edificios.

     Son las cinco quince; algunos federales aún se encuentran al interior del hermoso palacio sede de la federación, el antiquísimo edificio virreinal de la Real Caja; villistas traspasan sus bellas puertas labradas del siglo XVIII y comienza la persecución de la presa atemorizada en los corredores; los “revolucionarios” logran subir al segundo nivel, mientras las ansias de armas y botines de guerra (entre ellos la caja fuerte de la pagaduría militar), provocan que los invasores traten de abrir a punta de pistola las sólidas puertas en donde bien saben por sus espías, los encontrarán y...  sobreviene la tragedia.

     Una enorme explosión, en tres tiempos, sacudió a la ciudad entera; según el reloj del General Felipe Ángeles Ramírez, el estratega del asalto, eran las cinco cincuenta de la tarde cuando “del centro de la ciudad se elevó de pronto un humo amarillo, como si estuviera muy mezclado con polvo”[2] La jefatura de Armas, la Casa del la familia Magallanes y parte del Banco de Zacatecas, habían volado.

      Días antes, el General Argumedo había capturado a las fuerzas de Natera armamento y explosivos, los cuales estaban fabricadas con las cápsulas que se usan para exportar el carbono líquido[3]; así mismo, el 10 de junio, el General Medina Barrón, había derrotado al mismo Natera cerca de la mina del Bote, y capturado armamento, mismo que fue conducido a la Jefatura. Aunado a ello, parte de los abastecimientos de parque que enviaba la federación, se encontraban resguardados en sus amplios salones.

     Los dorados vencedores achacaron de inmediato este hecho al enemigo caído en desgracia; uno de aquellos generales, Federico Cervantes Muñoz-Cano escribió : “Como postrera y bárbara venganza, los vencidos habían volado con dinamita una manzana entera, con todo y habitantes”; y justificando el bárbaro exterminio de soldados mexicanos, continuó: “pero la guarnición de doce mil hombres, expiaba este crimen con el aniquilamiento”.  Al día siguiente, un Teniente Coronel del bando federal llamado Leobardo Bernal, fue mandado ejecutar por Villa, supuestamente por haber sido él quien tenía la ciudad minada. La denuncia la hizo una extranjero[4].

     Minutos después de la explosión, Entre la enorme montaña de escombro, se encontraban fragmentos de cuerpos que por sus vestiduras delataban sus bandos militares. Entre las canteras, “se oían gritos lastimeros”[5].
Ruinas del Palacio Federal y el hueco en el Banco de Zacatecas Col. José Manuel Enciso
     Mujeres, niños y soldados, cubriéndose con el reboso y pañuelos, se dieron a la tarea continua de buscar cualquier indicio de vida en el sitio de la hecatombe. A la par de que iban sacando cuerpos, un contingente separaba el botín de guerra: armas, municiones, piezas de artillería y una caja fuerte que, a pesar de la enorme explosión no fue abierta. Un soldado, rifle en mano, fue designado a mantener guardia a su costado.
Un soldado de la "revolución", rifle en mano, custodia la caja fuerte del
palacio federal, la cual parece no haber sido abierta muy a pesar de la tremenda explosión.

     Ciento veintiún cadáveres fueron extraídos durante los tres días siguientes: dos oficiales, treinta y cinco revolucionarios y ochenta y nueve federales[6], y otros más “que no pudo rescatar ya la piqueta, que trabajaba con desesperación”[7]

     Al cuarto día de la explosión, ¡un milagro!, un milagro entre las miles de tragedias que estaba viviendo la ciudad conmovía y sorprendía a Zacatecas: un niño sólo seis meses, el hijo menor del Lic. Manuel Magallanes, Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia, había sido rescatado vivo de entre los escombros, un sólido ropero lo había protegido del estallido. Los restantes nueve miembros de la familia murieron[8]. Este infante de nombre Alfonso Magallanes, al ser sacado fue entregado al doctor Taube, quien lo cuidó y logró salvarle la vida[9].

     Prisioneros y vecinos civiles de la ciudad fueron obligados a continuar con las obras de limpieza. Las góndolas del servicio de tranvías se emplearon para desalojar la calle de escombros y de los numerosos cuerpos que habían sido incinerados, formando macabras piras frente al teatro Calderón.

Macarbras piras funerarias comenzaron a formarse en las calles y plazuelas de la ciudad de Zacatecas, "olía a pólvora y carne humana"  Foto: Acumulación de cuerpos frente a la ferretería A la Palma. Col. Federico Sescosse. Junio de 1914.

     Al final de bélica jornada de 1914, quedaron un enorme hueco en el muro del Banco de Zacatecas, un solar vacío como una herida abierta que comenzó a cicatrizar por el año de 1932, cuando inició una nueva construcción en el lugar de aquel palacete barroco, y el recuerdo de una ciudad bonancible, culta y rica… pero sólo el recuerdo.


Victor Hugo Ramírez Lozano           



[1] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.20.
[2] Tomado del Diario del Gral. Felipe Ángeles, Batalla de Zacatecas.
[3] Marínez y García, Manuel. “Reminicencias Históricas Zacatecanas. La Batalla de Zacatecas” 2a. Ed. 1922. Pp. 27.
[4] Marínez y García, Manuel. “Reminicencias Históricas Zacatecanas. La Batalla de Zacatecas” 2a. Ed. 1922. Pp. 27.
[5] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.24.
[6] Primer parte de guerra del General Natera, Junio de 1914.
[7] Ramos Dávila, Roberto. “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. S/A. Pp.24.
[8] Informe de Leon Canova al departamento de Estado. Trd: Adolfo Gilly. Crot. B. del Hoyo. Pp 29.
[9] El niño Alfonso Magallanes sobrevivió, fue recogido por un hermano que estaba estudiando en la ciudad de Guadalajara. Se casó y tuvo tres hijos. Agradezco infinitamente esta información al su nieto, el señor Javier Magallanes.

5 comentarios:

  1. Excelente texto, bien documentado, felicidades, ojo con la ortografía, saludos

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    1. Gracias...¡¡¡ y por favor, dime dónde para corregirlo , y gracias nuevamente.

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  2. El procesador de texto se llevó los acentos... pero se entiende muy bien

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  3. Gracias Víctor por éste excelente reportaje de mi familia. Mi tío Alfonso el niño milagro creció y tuvo tres hijos y mi abuelo el otro sobreviviente de la Familia. Manuel Magallanes sólo tuvo a mi padre Manuel Fernando Magallanes de la Hoz. Un fuerte abrazó!

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